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Marihuana, planta civilizadora

Washington acaba de celebrar la legalización del uso recreativo de la marihuana. Ya son 18 los estados que dieron el brazo a torcer ante la presencia irrefrenable e incontrovertible de la cannabis en la vida cotidiana de Norteamérica. De la cannabis que había sido usada ya al parecer para cosas más graves. Pues algunos sostienen que la primera bandera norteamericana que izaron los padres fundadores era tejida con fibras de cáñamo indio. Así como el papel donde firmaron la constitución.
El uso recreativo de la marihuana es viejo. Y su historia cuenta con un componente religioso, místico. Las liturgias de los pueblos arios del remoto pretérito prescribían quemas formidables de esa yerba que la modernidad acabó por calificar de maldita. Como rebajó los dioses paganos condenándolos al rol de demonios, a los sabios sátiros que inventaron la medicina y educaron a los héroes pasados como Aquiles y a los benevolentes elementales de sus magos residentes en pedregales, arroyos y florestas.
Hace días hallé en Herodoto una mención a los escitas. Según me pareció entender en la elíptica traducción de frases intrincadas, como las que suelen usar los traductores españoles para los clásicos, los escitas construían grandes tiendas cerradas donde los hombres se apiñaban alrededor de las emanaciones de las hojas calientes de cannabis para proporcionarse una dulce embriaguez. En una forma de socialización. Como un modo de fortalecer los vínculos tribales. Y recordé que en mi adolescencia volvió a ponerse de moda, salido de los círculos de la clandestinidad marihuana, el cristianísimo tratamiento de hermano que habían usado los catecúmenos del principio y que estaba a punto de olvidarse. La marihuana crea entre sus usuarios una tranquila solidaridad, una camaradería pacífica que se parece poco a la que se regalan los alcohólicos. Que suelen acabar sus jaranas trenzados en tenebrosos zafarranchos. Herodoto dice además que las mujeres escitas usaban los aceites de las semillas del cáñamo para blanquearse la piel. Anticipando los jabones embellecedores de hoy.
Marshall McLuhan, en La galaxia Gutenberg, un libro intrigante sobre la historia de la tipografía, confirma la sospecha. La humanidad como con muchas otras cosas bellas y terribles ha sido injusta con esa hierba india que los chinos conocen hace milenios. Y que sirvió al desenvolvimiento humano. El pensador canadiense afirma que el nombre de las prensas de imprenta copió su nombre de las del lagar; que ya no existen dudas acerca de que el mito de los dientes de dragón que sembró Cadmo alude a la invención de los jeroglíficos y que tampoco caben sobre el hecho de que el pantagruelión en Rabelais simboliza la impresión con tipos móviles; que pantagruelión es el nombre que el médico monje francés da a esa planta de cuyo cardado, desmenuzado y trenzado surgieron las cuerdas lineales del oficio en ligazón con las más grandes empresas sociales de su tiempo, y que en su famoso delirio es expresión de la industria humana pues el patagruelión habría desempeñado un papel de gran importancia en la era de los grandes exploradores que iniciaron la globalización del mundo, al permitir velas más fuertes y mejores aparejos para la marinería.
En la red encontré un dato: la marihuana es el más rico de los vegetales en proteínas. Y sus semillas contienen ácidos grasos Omega 3 y 9 beneficiosos para la salud humana. Dios quiera que no se convierta en otro monopolio de Monsanto.
La legalidad oculta a veces la irracionalidad, la ignorancia, la mezquindad y la locura de los legisladores y los empresarios. Y la proscripción de la marihuana convertida en delito es un ejemplo. Otro son esas casas que secuestran los bancos a sus pobres clientes para dejarlas caer vencidas por la humedad y las rastrojeras con indiferencia cínica. Pero la lista es larga.
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