Más o menos cada tres meses, Javier Tupaz, padre de seis hijos, baja la colina desde su casa de tablones de madera para trabajar en su laboratorio de cocaína en la jungla. Al igual que todos en su poblado, Tupaz depende del negocio de la coca para obtener efectivo, y ha sobrevivido durante décadas de guerra en Colombia. La producción no se detuvo durante el conflicto que parecía no tener fin entre los guerrilleros y el gobierno colombiano, que trató de destruir sus cultivos de coca en múltiples ocasiones. Él simplemente volvía a plantarla. Sin embargo, Tupaz cree que hay una cosa a la que sus cultivos podrían no sobrevivir: la paz. (Véase también: Los cocaleros que van a quedar en el limbo)