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Drogas

Cannabis: ¿Cultivar, aprovechar o hacer parte del negocio?

La alternación entre el derecho de cultivar y acceder, y el gran negocio del comercio de marihuana legal.

Según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes —órgano independiente asociado a la ONU— en el año 2000 la producción lícita de cannabis en el mundo fue del orden de 1.4 toneladas. Diecisiete años después, ese número saltó para 406.1 toneladas, un aumento explosivo que representa la expansión de los campos de cultivo de marihuana legalmente producida, sea para investigación, para transformar en medicamento, o para consumo. Para cualquier persona atenta eso significa exactamente lo que es: un negocio fantástico, ¿cómo hago para incorporarme?

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Es también la pregunta que más he escuchado desde que el cannabis empezó a evidenciarse como el negocio que es, de manera legal. De ancestrales hippies cultivadores hasta encorbatados empresarios que nunca han visto una planta de marihuana, todos quieren subirse al barco. Con muchos países latinoamericanos pasando por una especie de preámbulo a la legalización definitiva, en el que se ensayan movimientos y efectos, queda la duda: ¿Cómo será el acceso a la marihuana y a sus beneficios como un todo?

California, un estado norteamericano de tendencias progresistas, fue el primer territorio en legalizar la producción de cannabis en 1996, convirtiéndose en un laboratorio de experimentos sociales y económicos que se volvió referencia para cualquier país en vías reglamentarias. Allá, desde el principio, cada ciudadano detentor de una prescripción médica para uso de cannabis puede por ley poseer hasta seis plantas en floración para su propio consumo. Si esta persona no está en competencia de hacerlo, puede conceder ese derecho a una segunda persona, que produce para la primera, así como para otras tantas. El número máximo de personas a que esta segunda persona puede atender con su aprovisionamiento depende de provincia en provincia, pero normalmente está por debajo de las 20 personas, lo que impide que el cultivador este a cargo de operaciones muy grandes de cultivo.

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Ese modelo es posible a partir de la existencia de leyes que garantizan el autocultivo y refuerzan ese derecho, pues facilitan su ejercicio ya que ni todos los que necesitan tienen la capacidad, el tiempo y la disposición de producir. El auto aprovisionamiento sería menos popular si dependiese exclusivamente de que los usuarios produjeran todo su consumo de manera consistente. En tal lógica se basa también el programa médico de cannabis medicinal de Canadá, en el que un cultivador puede abastecer a cuatro pacientes; o los clubes cannábicos de España o Uruguay, territorios con autocultivo garantizado, en los que determinado número de personas pueden asociarse para recibir una cuota mensual de cannabis cultivada por alguno de los asociados para quien eso se vuelve un trabajo. Entre las ventajas de ese tipo de organización son frecuentemente citadas la reducción de los precios, la proximidad del usuario al cultivo y la transparencia de los procesos, la personalización del producto, la mejor adecuación de pequeños jardines a los parámetros orgánicos, y la independencia de proveedores externos o de la importación de productos.

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Incluso en California, antes de 2018, la legislación no regulaba el comercio. Los negocios que comerciaban con marihuana legalmente no podían tener fines lucrativos, funcionando como asociaciones civiles. El fin de la represión a las actividades alrededor de la planta y la falta de leyes que dictaran las reglas del juego propició un ambiente libertino donde la creatividad era el límite para la creación de una infinidad de negocios cannábicos que duró por más de 20 años. Fue una era de “zonas grises” legales, que podía ser aprovechada por cualquier persona. Una especie de preámbulo a la legalización.

Steve D´Angelo, activista y empresario californiano con más de 40 años de experiencia en el bagaje, así describe el periodo: “En ese tiempo era fácil entrar al negocio. Mucha gente que nunca tuvo chance de salir de la clase obrera pudo emerger con su propia iniciativa cannábica. Fue un período muy fértil para los amantes de la libertad. Creamos un modelo para una economía promisoria, y fue allí que cambiamos la percepción del mundo sobre el cannabis”.

Steve vivió y navegó en mares cannábicos en distintos momentos políticos: fundó Harborside Health Center, uno de los dispensarios más notables de su país, la empresa de inversiones en cannabis Arcview, y Steep Hill Labs —el primer laboratorio de análisis dedicado al cannabis—, además de la Asociación Nacional de la Industria del Cannabis en EU. Él se refiere a ese periodo como “legacy market”, comprendido entre 1996 hasta la reglamentación definitiva del mercado en 2018: “Sí que había un poco de caos. Hubo aprovechadores que sacaron ventajas de manera injusta, pero también hubo un florecimiento de creatividad y un emprendedurismo innovador y extraordinario. Por ejemplo, muchos de los métodos de extracción populares actualmente fueron inventados en ese entonces. La vaporización surgió allí, a partir de experimentos que no necesitaban pasar por centenas de controles burocráticos, con el intercambio activo de conocimiento entre la comunidad”. Otra cosa que se fue adecuando en ese mercado al estilo lessaiz-fare fueron los precios, que cayeron más del 50 por ciento con el aumento de la oferta.

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Si te suena familiar puede ser que sea, algunos países latinoamericanos pasaron o están pasando por momentos similares.


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En México, el autocultivo no es permitido para la población en general, pero el torrente de amparos de la Suprema Corte de Justicia que han habilitado a ciudadanos para producir. Y las modificaciones que permiten el uso medicinal y científico, aunque todavía sin reglamentación específica, han creado un estado libertario en el imaginario popular. Eso aliado al instinto creativo y emprendedor natural mexicano y a cierta falta de represión policial ha propiciado ciertos escenarios de permisividad. México en los recientes años vio surgir una infinidad de productos cannábicos como dulces artesanales e industriales, cremas, cervezas, aceites, comidas, y hasta cajetillas de cigarrillos de marihuana, que se venden casi sin restricción en internet y en las calles, pero también en eventos, congresos, ferias, en espacios públicos, y hasta en copas cannabicas.

“Mucha gente no entiende que aún es ilegal, tanto producir como comerciar o consumir. Los medios de comunicación contribuyen a esa confusión. Imagina la gente ve hasta el expresidente saliendo en portada de periódicos al lado de plantas de marihuana. Muchos nos escriben pidiendo orientación para iniciar su empresa cannábica legal, o como ser distribuidor oficial de productos. Hasta en el metro puedes encontrar oferta de productos supuestamente cannábicos”, dice Polita Pepper, representante la Asociación Civil de educación y reducción de riesgos Cannativa.

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Ya Colombia vivió un boom de iniciativas cannábicas a partir del 2015 cuando se reglamentó el decreto que garantiza el derecho al cultivo y al acceso medicinal del cannabis a todos los ciudadanos. A lo largo de unos tres años hubo éxtasis para las iniciativas de pequeña escala, incluso con la incorporación de varias iniciativas propias de indígenas, que habían cultivado por generaciones en la ilegalidad y en medio de la guerra, y que entonces reclamaban su derecho a incorporarse a la industria naciente. En la calle, en los mercados populares y en ferias de artesanos o de manualidades se podían frecuentemente encontrar productos cannábicos como cremas y aceites, comúnmente exhibidas al lado de plantas de cannabis en vasos, que también se vendían.

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Pilar Sánchez, fundadora de la empresa líder en la producción de cannabis medicinal PIDEKA, cuenta que “en el 2016, a nivel nacional existían por lo menos unas 50 iniciativas empresariales constituidas, y el numero iba creciendo rápido. La mayoría se quedaron atrás cuando vinieron las reglamentaciones del 2018, que fueron acompañadas de los grandes capitales y laboratorios. Hoy hay tipo 500 solicitudes de licencias, y por ahí unas 1200 iniciativas, pero solo 140 licencias concedidas, distribuidas entre unas 50 empresas. En esa transición fuimos una de pocas empresas pequeñas que lograron sobrevivir, gracias también a las inversiones necesarias en este momento”.

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Fenómeno similar es encontrado nuevamente en el ejemplo de California. Las reglamentaciones que se establecieron para el comercio lucrativo de cannabis fueron muy estrictas. Demandas por infraestructura de punta, sistemas de vigilancia 24 horas, reglamentaciones de empaquetado, restricción de leyes de uso de suelo que obligaban pequeños productores a mudarse lejos de los centros de consumo, entre otros, provocaron un “efecto embudo” entre las miles de pequeñas iniciativas.

Según D´Angelo, “sacar la licencia para producción comercial puede llegar a costar desde centenas de millares hasta decenas de millones de dólares. También se exige los productores que haya trazabilidad de la semilla a la venta, lo que significa que el productor tiene que ser capaz de identificar las características de cada gramo de flor que se vende en la tienda desde el punto en el que fueron semilla. Es incomprensible tamaño control para flores que llegan a muchos mercados, como el recreativo, ¡la marihuana tiene controles más estrictos que la basura nuclear!”

Hubo entonces una gran transición. Muchos de los pioneros que ayudaron a fundar y edificar la industria—incluso provenientes de tradicionales generaciones de cultivadores que remontan hasta los años 60—, perdieron su lugar en ella: “Llegaron a la industria personas que son banqueras, farmacéuticas, empresas grandes con mucho capital, invirtiendo masivamente en marqueteo, desarrollo de producto, gente con experiencia y habilidad en el manejo de capital de inversión, desplazando los pequeños negocios de hasta entonces. Muchos salieron de negocio, otros tantos están batallando para mantenerse a flote, y solamente algunas compañías que salieron del “legacy market” lograron mantenerse en pie. Para mi es una tragedia”, concluye Steve.

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Razones como estas hacen que muchos canadienses desconfíen de lo establecido en las nuevas leyes que reglamentan el cannabis. De acuerdo con Lisa Campbell, CEO de Lifford Cannabis Solutions, “muchos de los consumidores están preocupados que la entrada de la “big weed” arruine la industria, y prefieren consumir de lotes menores. El estigma a la gran industria es enorme. Mientras tanto, muchos productores pequeños están intimidados por los costos de entrada al mercado oficial”. Canadá no tiene la cultura de autocultivo que tuvieron en California, y la insuficiente participación de los pequeños proveedores, aliado al manejo de stock de las pocas empresas capacitadas a operar en el mercado, está provocando la escasez de productos cannábicos, un aumento de precios y dificultad en el acceso. Lisa apuesta que la llegada de productos provenientes de países como Colombia y Jamaica al mercado canadiense, con buenas ofertas de precio y calidad, podría reestablecer el equilibrio de la oferta y mejorar el acceso.

En Uruguay el mercado legal también está presentando serias dificultades para suplir la demanda. La proximidad con Paraguay, el mayor proveedor de marihuana del cono sur, siempre hizo llegar producto abundante de muy bajo precio. El país tampoco tuvo tiempo para desarrollar una cultura de autocultivo antes de la reglamentación, por lo que cuando las farmacias se abastecen, las filas en las puertas llegan a dar vueltas a cuadras enteras. Apenas dos empresas están habilitadas para proveer cannabis para el uso recreativo. Eso ha creado un “mercado gris” según el nombre dado por el gobierno, de autocultivadores que proveen la demanda faltante, pero nada libertino.

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Según Gaston Durana, reconocido cultivador argentino que vive en Uruguay, las iniciativas que están afuera del control gubernamental son perseguidas, y los autocultivadores que no están debidamente registrados son allanados y encuadrados como proveedores del mercado ilegal: “Pero el auto cultivo sigue creciendo. Hace un par de años eran cerca de tres mil auto cultivadores registrados. Hoy son siete mil, y hay muchísimos más que aun con el riesgo, no se registran, pero representan una alternativa real para el mercado”.

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Para Juan Vaz, activista y presidente da Cannacoop, los problemas son de orden social: “Para que un pequeño cultivador se vuelva un productor tiene que aprender e incorporar muchas prácticas como saber diseñar un plan de producción, tener buenas practicas de manufactura, y saber reunir inversiones y organizar los recursos. Lo que se puede hacer es organizar pequeños agricultores para que se incorporen a una industria que demanda mano de obra especializada, que es lo que nos estamos proponiendo a brindar con nuestra cooperativa, para que se desarrolle la industria”.

La demanda de productos medicinales en muchos de esos ejemplos es actualmente suplida en gran medida por los mismos pequeños proveedores, legales, grises o ilegales. Desde las cremas para dolores articulares hasta el aceite que calman y regresan la vida a niños epilépticos, frecuentemente son originadas en los jardines de autocultivadores y pequeños productores. Muchos afirman que esos productos, siempre que estén bien cultivados y debidamente procesados, son incluso superiores a los farmacéuticos disponibles hoy en día. Sin embargo, otros afirman que los productos artesanales no mantienen la consistencia necesaria para una respuesta siempre previsible por parte de los usuarios.

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Aparte la validez del argumento, con las reglamentaciones la tendencia es que cualquier medicamento producido a base de cannabis sea altamente controlado, pasando por estándares farmacéuticos de fabricación. Eso significa que ese mercado está lejos de las pequeñas iniciativas, ya que para alcanzar el rigor de ese tipo de producción se necesitan voluptuosas inversiones y elaborados esquemas productivos —un ambiente natural para las grandes empresas farmacéuticas que ya extienden sus negocios a prácticamente todos los países, y que no encuentran ninguna competencia en los países en los que no se ofrece otra alternativa vital como el autocultivo—. Esto causa que buena parte de las personas que no tienen el poder de compra quedan excluidas del acceso.


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De cualquier manera es cada vez más claro que el acceso al cannabis es un derecho fundamental, que no puede ser negado por el Estado o por otros individuos. Y aunque la mayoría de los países de Latinoamerica aún no permite el autocultivo, ese parece ser el camino democrático del acceso por naturaleza. No solo eso, sino que el autocultivo permite el desarrollo de un ambiente creativo, cultural, y parece estar íntimamente ligado al comercio y las iniciativas locales, fortaleciendo la economía de base. El comercio debe ser reglamentado, para que los consumidores sean protegidos, pero no sobre-reglamentado, porque eso puede concentrar el poder y reducir el acceso.

Sobre la pregunta de si hay tensión entre el aprovisionamiento por autocultivo o por emprendimientos industriales Steve D´Angelo concluye: “Yo doy la bienvenida a la entrada de corporaciones y de personas ricas con sus esquemas de inversiones y planes de desarrollo a este negocio. No hay suficientes hippies o indígenas para distribuir la marihuana que el mundo necesita. Pero el blanco son modelos regulatorios que se pautan en los valores que el cannabis nos enseña: a ser generosos y pasar el porro. Del punto de vista empresarial no hay porque sentirse amenazado por el auto cultivo. En un escenario donde se consigue marihuana en la tienda de la esquina los que cultivan o son aficionados o son pobres. El auto cultivo permite el acceso seguro a la medicina más valiosa del planeta. Al fin del día lo más importante es que la gente tenga acceso. Ambos modelos pueden y deben coexistir de manera sana e incluso retro-alimentadora”.